24 febrero 2011

Ojo al Cristo que es de plata | (Un relato mítico)

Cuando el cristianismo intentaba recuperar presencia en tierras de lo que ahora es España, las misiones evangelizadoras acostumbraban ir de comunidad en comunidad en largas procesiones, generalmente a pie o en el mejor de los casos a caballo. Presidía la marcha un Cristo de gran tamaño elaborado enteramente en plata, con vestimenta de seda y terciopelo, y que posaba sobre un lecho de cojines arábigos cargado por cuatro de los misioneros más robustos. Se cree que kilómetros antes de llegar a un pueblo el fulgor de la efigie ya daba alerta a los habitantes del lugar y preparaban la bienvenida para su Señor.
A pesar de representar a la encarnación de Dios y ser llevado por misioneros cristianos, los Cristos de plata eran víctimas constantes de los delincuentes de caminos, que los buscaban para fundirlos y elaborar preciosas espadas, copas elegantísimas o cualquier otro capricho de la vanidad. Es por esto que entre los misioneros corría incesantemente un susurro, ojo al Cristo, ojo al Cristo, se repetía constantemente por entre las filas de la procesión. Y cuando llegaban a una ciudad o aldea éste susurro pasaba entre los pobladores, ojo al cristo que es de plata, le decían las señoras a sus pequeñuelos y estos últimos se lo repetían a todos quienes se cruzaban frente a ellos.
Esta frase tan precisa y única se transformó en un lugar común cada vez que alguien quería poner sobre aviso a otra persona. Luego pasó a designar malos augurios, pronósticos de mala suerte, adversidades y para poner un ojo avizor a los climas de tormenta.
La costumbre de llevar Cristos de plata en las misiones religiosas se perdió rápidamente, así como la influencia del catolicismo en una tierra dominada por musulmanes. La última referencia que se tiene es la del Mío Cid entrando a Valencia con un Cristo de plata como primer guerrero pero nunca nada se confirmó. En cambio el susurro, ahora convertido en frase emblema de todo consejo y advertencia, perduró hasta nuestros días. Ojo al Cristo que es de plata (o simplemente ojo al Cristo), le dice un man a su pana cuando parece que la pelada le pone los cachos. Ojo al Cristo le dice un padre a su hijo cuando le lleva malas calificaciones. Ojo al Cristo te digo yo porque todo esto seguramente no es más que una mentira.

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