24 febrero 2011

El fin del amor

Todas las citas (en cursiva y entre comillas) pertenecen al Cancionero de Francesco Petrarca, donde el hablante lírico narra sus desventuras en la búsqueda de Laura, su amor idílico, y la posterior muerte de ésta.
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- Las flores se marchitan y a los ruiseñores se les va la voz, la vida no pasa, tú pasas por ella Laura, ya es hora de que lo vayas comprendiendo
- No, Julián. ¿Qué tal si la libertad no significa perder toda esperanza? ¿Qué tal si todos nacemos con nuestro amor ideal esperándonos a la vuelta de la esquina?
- Mira, lo que yo sé es que si uno quiere algo tiene que hacer que pase. Y tú... bueno tú no haces más que dar vueltas por ahí con eso que ni siquiera me atrevo a llamar libro.

Dicho esto Laura se dejó caer sobre el sillón cercano a la ventana y con la cabeza apoyada en las manos, fingió que pensaba. Julián salió de la habitación, salió del departamento con dos maletas y un bolso de mano, y tomó el primer taxi que pasó.

"Fue el día en que del sol palidecieron
los rayos, de su autor compadecido,
cuando, hallándome yo desprevenido,
vuestros ojos, señora, me prendieron."


El viernes santo del año 1996 Laura dio por casualidad con el Cancionero de Francesco Petrarca cuando hurgaba en la descuidada biblioteca de su padre. Hacía tiempo que él había muerto y en la casa abandonada no había quien leyera, mucho menos quien limpiara los libros. Ese día Laura leyó todo el cancionero, lloró, llegó a su departamento, lo volvió a leer y volvió a llorar. Antes de acostarse hizo un recuento de los lugares por los que había pasado ese día y trató de recordar a todas las personas con que se había cruzado.

"Al aura el pelo de oro vi esparcido
que en mil sedosos bucles lo volvía..."

A Julián le costó tanto reconocer a Laura con el pelo tinturado que cuando llegó al departamento de ella entró directamente sin saludar a la muchacha rubia que limpiaba el jardín. La muchacha rubia era Laura. No solo su pelo había cambiado, ahora hablaba muy lentamente y casi susurrando, como si conjugara su hablar con su caminar, que también se había vuelto lento y ridículamente sensual.

"Bien sabes, tras de ti, cuánto he penado,
mas surges ante mí constantemente,
día a día, y en monte y en pendiente,
y no ves que el sendero es empinado."

- Te lo digo Julián, toda mi vida lo he esperado, y no solo eso sino que también lo he sentido.
- Cada día estás peor Laura, ya no sé que decir. Realmente pienso que lo nuestro no va más pero me preocupas y tengo miedo de lo que te pueda pasar.
- ¿Pero qué me va a pasar, Julián? No seas dramático... Mira, volviendo a lo que te decía, todo esto no tiene que ser más que algúna invención como la de Morel... puede ser que yo sea una especie de Faustine, que el cancionero es la clave para descifrar la invención y que Francesco me espera como siempre lo ha hecho.
- ¿Estás hablando en serio? ¡El Cancionero es ficción!, Laura nunca existió y la Invención de Morel es una novela fantástica. No sé como puedes argumentar tu locura con más locura.

"Pues creo, al ver su rostro, percatarme
de una piedad con el dolor mezclada
y oír que me aconseja desolada
que de esperanza y gozo me desarme."

Hacía ya dos meses que Julián había dejado a Laura y esto no hizo más que confirmar sus teorías. Todo el tiempo no hacía más que hablarle al viento, o hablarle a su amado Francesco como ella decía. Según Laura, él la veía y la esperaba. Ella ya casi no salía de su departamento donde mantenía extensas sesiones de amor con su perdido Francesco. Para recobrar energías salía a dar un paseo, siempre acompañada del Cancionero. Casi no comía.

"Tiempo es de morir
y estoy tardando más de lo que quiero.
Ella ha muerto, y consigo mi alma tiene..."

En la enésima lectura de su palimpsesto, Laura se dio cuenta de que talvez su teoría de la invención de Morel estaba errada. Empezó a ver al Cancionero como un médium inerte, un paso hacia dimensiones desconocidas que solo ella podía usar. Se dio cuenta de que ella había muerto. De que su amado había muerto. De que para renacer hay que morir. Y de que para morir hay que matarse dos veces.

La última vez que Julián había visto a Laura fue el día en que se llevó sus cosas del departamento. Ahora, en la fría sala del hospital psiquiátrico no podía asegurar de qué color era el pelo de ella. Tampoco estaba seguro si ese era el color de piel que recordaba de Laura. Esta nueva imagen de ella le daba tanta pena que casi vomita. Estuvo viéndola un par de minutos. Ella no lo veía. Ni siquiera mantenía la vista fija por más de un segundo. No hablaron nada y Julián estaba a punto de marcharse cuando Laura se le acercó y con un aliento frío le dijo:
- El ojo está herido y la mirada extraviada, no por exceso de luz sino porque la noche es gélida. La clave está en la mirada Julián. Pero no confundas extraviada con perdida. No estoy perdida. La derrota fue hace mucho y sé muy bien como los que pierden acaban siempre encontrándose. El amor no tiene fin y lo sé ahora que te tengo aquí, mi querido Francesco.

Julián no tuvo tiempo ni de hacer una mueca de extrañeza, hubiera querido gritarle a ese resto de humanidad que que las personas se mueren y si el amor sobrevive es solo en las letras de la ficción pero no pudo, un monstruo desnudo le saltó encima y fue lo último que captó su mirada.

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