24 febrero 2011

El juguete rabioso

La vida giraba en torno nuestro como el paisaje en los ojos de un ebrio. ¿Tiene sentido esta vida?Trabajamos para comer y comemos para trabajar. Lo que hay, es que esas cosas uno no las puede decir a la gente. Lo tomarían por loco.
Y yo me digo: ¿qué hago de esta vida que hay en mí? Y me gustaría darla... regalarla... acercarme a las personas y decirles: ¡Ustedes tienen que ser alegres! ¿saben? tienen que jugar a los piratas... hacer ciudades de mármol... reírse... hacer fuegos artificiales...
Y me dan ganas de reír, de salir a la calle y pegarles puñetazos amistosos a la gente. Y seré hermoso como Judas Iscariote y toda la vida llevaré una pena.. pero ¡ah! es linda la vida.
Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta fuerza enorme que está en mi.

Diario (continuación)

*Estas palabras las encontré entre las hojas de El guardián entre el centeno, uno de los pocos libros que Janos guardaba con esmero.
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Vacaciones, descanso, trabajo, playa, bienvenido a casa resalta en cada árbol, pájaro, pared y mota de polvo que me rodea. Intenciones, propuestas, sueños y pesadillas rebotan de lado a lado, escapando hacia el cielo o estrellándose en dirección contraria a las estrellas. Aquí estamos, aquí estoy.

Diario

*Este texto, transcrito íntegramente en una servilleta cuidadosamente guardada entre dos placas de vidrio me fue dado por uno de los amigos de Janos. A dos años de su muerte, lo publico sin más que decir.
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El tiempo y el chancho
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Hoy, por primera vez en mi vida, vi orinar a un chancho. Lo hacía a un lado del carretero, sin descaro y frente a otros de su misma especie, cerca a unas cuantas casas de caña. No hablo en metáfora ni intento representar a alguna clase social de mi país. Esta noche no estoy para esas sutilezas. Era un chancho, un cerdo, un marrano, el animal de donde proviene el jamón y la fiebre porcina. Tenía la piel cubierta de un pelaje muy corto y amarillento, así como amarillo era el chorro que salía de él, mojando la tierra, el polvo.
Es extraño como se graba en la mente un suceso que nunca antes mis ojos habían observado, lo tengo muy presente, como si lo siguiera viendo: yo en el carro, viento, polvo, asfalto, cabañas semidestruidas, chanchos por aquí y por allá, y entre todos ellos uno solo que agacha su trasero para orinar como perro hembra. Debe ser el encanto de las primeras veces o un secreto fetiche por los chanchos, o el orine animal. Talvez ninguna de las dos, porque todo en la vida es nuevo, nada ocurre dos veces y a veces pienso que ni siquiera una sola. Este aire que respiro no es el mismo cada vez, los objetos que miro no son iguales tras cada pestañeo: el reino del tiempo ha ejercido su mandato. Yo mismo no soy el mismo un segundo después de ahora. Cada segundo estamos muriendo, cada segundo alguien nace y alguien muere. Muere, mueren, morimos, moriré. Hoy me enteré de la muerte de alguien conocido. Un eslabón más que se disuelve. Todo es tan efímero, nacen, mueren, nacen, mueren, y cada tanto emerge la vida, el placer de vivir, el disfrute de algo que no es seguro.
Hoy nunca más será hoy pero siempre tendremos los recuerdos, que no sirven de mucho pero ahí están, como anclaje y resorte simultáneamente. Talvez algún día, karma mediante, me convierta en chancho.

Los que creemos

Entre las páginas de un Juguete rabioso,
destilando alegria por entre las rejas de una casa okupada,
coraje y determinación en las calles de tu ciudad
de cada ciudad
como en un poema de Leonor Silvestri

En la ultima pelicula,
en la tienda de la esquina,
con saco y corbata,
con sandalias y camiseta,
frente al público,
bajo un semaforo o bajo el cielo raso de un teatro
alli donde las tablas acogen futuro,
por entre los escombros de la cárcel, escuela e iglesia
como diría el sufí,

sentados bajo el sol en una plaza
sobre la arena de la playa
reteniendo su derecho a no-hacer-nada
como el yerno descarriado del padre rojo,
en el fin del mundo, en la tierra del fuego
en el corazón de un niño mentiroso
en el rezo de un monje zen
allí y acá, en todas partes
las personas y la anarquía,
los anarquistas
los que creen, los que creemos.

Voyeurismo bíblico

Un mensaje bíblico de desobturación:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz “
- Mateo 6:22

El hombre de la leche

"Y me encontré recorriendo una pradera rodeado de decenas de ovejas. De repente, una de ellas se me acercó y me habló. No recuerdo nada de lo que me dijo pero sé que yo era un pastor y esa oveja era Dios."

- Irónico, ¿no es así?
- Jaja sí, ¡qué loco sueño!. Yo, en cambio, nunca recuerdo mis sueños pero nunca olvidaré uno que me fue contado una noche como ésta. Lo soñó Diego, un amigo de la facultad, hace ya varios años. La verdad no le he encontrado un punto de sentido a esta historia pero la voy a contar de todas maneras:

"Todo sucedió en una vieja casa donde vivía un niño de diez con su hermano mayor, Diego, y la madre y su novio, quien parecía un fracasado con unos cuantos tatuajes azules con un temperamento de borracho y gracias a Dios se veía que no usaba armas.
Bien, Diego despertó en la parte trasera de su camioneta, le tomó un minuto abrir sus ojos y fue hacia la parte de atrás de la casa donde se encontró con una gran sorpresa, no vio a su hermano pero ahi estaba su madre con su cabeza pelirroja en sus manos mientras el novio tenía sus manos alrededor de un viejo cura, tratando de ahogar al viejo hombre.
Diego vio desde la ventana hacia la camioneta, vomitó y se esforzó por permanecer de pie. Vio al bastardo de cuello rojo con un martillo. Convirtió al cura en un amasijo de hombre. El cura estaba luchando la pelea de su vida pero era viejo y estaba destinado a perder. El novio golpeó tan fuerte como pudo y hundió al cura hasta sus zapatos.
Ahora Diego conocía pero nunca se había topado al cura que yacía en el suelo. Se escuchó a sí mismo decir 'Ese debe ser mi papá'. Entonces supo lo que iba a hacer. Diego reunió suficiente coraje y agarró la primera cosa firme que encontró: era una fría botella de vidrio con leche que había sido recién repartida.
Diego entró, vio la sangre en el suelo y se dio la vuelta y puso seguro en la puerta. Vio la muerte en los ojos del novio. Su madre era un fantasma, muy molesta como para llorar. Entonces se acercó un paso al hombre en el suelo, de su boca salía un extraño pero audible sonido. Escuchó al novio gritar '¡Sal de aquí!' y Diego dijo 'No hasta que sepa de qué se trata todo esto' 'Bien, este cura estaba atacando a tu madre', pero Diego sabía quién estaba empezando el drama. Así que Diego puso muerte en su cara y destrozó la botella en el hombre que dejó a su padre en desgracia y vio la blanca leche derramarse junto a la sangre. El novio cayó bien muerto al lado del cura, que luchaba por respirar. Y Diego gritó 'Papá, ¿por qué tenías que regresar?'. Su mamá entonces sacó un sobre lleno de dinero de detrás de donde guardaban el azúcar y la miel 'Tu padre nos dio esto', ella colapsó en lágrimas, 'Ha estado pagando las cuentas por años', 'Mamá pongamos este cuerpo debajo del árbol y pongamos a papá en la camioneta y partamos para Manabí', justo entonces entró su pequeño hermano sosteniendo la gorra del lechero y una botella de vodka."

- Fue entonces que mi amigo perdió toda imagen del sueño y en un fondo totalmente blanco escuchó una voz que le decía “Bien, ahora has escuchado un lado de la historia pero ¿quieres saber cómo termina? Si debes saber el final de esta historia, ve y pregúntale al hombre de la leche.” Ahí se despertó mi amigo en la más profunda de las confusiones con un sueño que nunca olvidaría, como tampoco lo haría nadie a quien le ha sido contado.

Ojo al Cristo que es de plata | (Un relato mítico)

Cuando el cristianismo intentaba recuperar presencia en tierras de lo que ahora es España, las misiones evangelizadoras acostumbraban ir de comunidad en comunidad en largas procesiones, generalmente a pie o en el mejor de los casos a caballo. Presidía la marcha un Cristo de gran tamaño elaborado enteramente en plata, con vestimenta de seda y terciopelo, y que posaba sobre un lecho de cojines arábigos cargado por cuatro de los misioneros más robustos. Se cree que kilómetros antes de llegar a un pueblo el fulgor de la efigie ya daba alerta a los habitantes del lugar y preparaban la bienvenida para su Señor.
A pesar de representar a la encarnación de Dios y ser llevado por misioneros cristianos, los Cristos de plata eran víctimas constantes de los delincuentes de caminos, que los buscaban para fundirlos y elaborar preciosas espadas, copas elegantísimas o cualquier otro capricho de la vanidad. Es por esto que entre los misioneros corría incesantemente un susurro, ojo al Cristo, ojo al Cristo, se repetía constantemente por entre las filas de la procesión. Y cuando llegaban a una ciudad o aldea éste susurro pasaba entre los pobladores, ojo al cristo que es de plata, le decían las señoras a sus pequeñuelos y estos últimos se lo repetían a todos quienes se cruzaban frente a ellos.
Esta frase tan precisa y única se transformó en un lugar común cada vez que alguien quería poner sobre aviso a otra persona. Luego pasó a designar malos augurios, pronósticos de mala suerte, adversidades y para poner un ojo avizor a los climas de tormenta.
La costumbre de llevar Cristos de plata en las misiones religiosas se perdió rápidamente, así como la influencia del catolicismo en una tierra dominada por musulmanes. La última referencia que se tiene es la del Mío Cid entrando a Valencia con un Cristo de plata como primer guerrero pero nunca nada se confirmó. En cambio el susurro, ahora convertido en frase emblema de todo consejo y advertencia, perduró hasta nuestros días. Ojo al Cristo que es de plata (o simplemente ojo al Cristo), le dice un man a su pana cuando parece que la pelada le pone los cachos. Ojo al Cristo le dice un padre a su hijo cuando le lleva malas calificaciones. Ojo al Cristo te digo yo porque todo esto seguramente no es más que una mentira.

After party

A ella le gusta vivir en la calma de la fiesta pero nunca se sienta en el banquillo de los cansados. La última vez que la vi usaba jeans. Millones de neuronas agónicas se desparramaban entre el sudor para ser absorbidas por el suelo de arena de la discoteca. Tenía la cara cansada y las piernas eufóricas. Siempre me gustó contemplar su meneo. Hay tantas cosas positivas que decir de ella sin embargo en esa noche nada tendía a lo positivo y, lamentablemente para ustedes, no puedo dar la información completa; no es de importancia pero hay muchos detalles que quedaron sin ser expuestos.
Pasada la medianoche vi que abandonaba la pista de baile. Su salida de aquel lugar tendría una doble intención. Algo que yo no descubriría hasta varias horas más tarde. Vi que se dirigía hacia el oeste, hacia lo único que el oeste tiene en este lugar: el mar. No iba con ganas de nadar ni de refrescarse, lo sé porque la vi cogida de la mano con un muchacho al que no reconocí. Supongo que era para bajar la tensión.

La conozco desde que dejé los libros gordos de contabilidad por los obsesos de literatura (creo que ahora lo que quiero es comprender los libros). Bien, con respecto a ella más bien diría que conocí el lado oscuro de su ser, porque a ella ya la había conocido de antes. En esa época la soledad carcomía mis huesos. A mis amigos de la universidad les encantaba dramatizar el asunto; ella era una muchacha tranquila, muy tranquila. Aunque sí tenía sus rarezas, talvez un poco más de lo normal pero a mí me gustaba eso. Entre rabietas aprendí a lidiar con aquel tormento de mujer. Cada día entablar una conversación era un verdadero desafío a la paciencia y la perseverancia. Me gusta el misterio, lo misterioso, lo que no se muestra, por eso creo que me obsesioné por formar parte de su vida, de abarcarla por completo, lo que me hizo vulnerable.

Sentado desde donde me encontraría logré ver que el muchacho desconocido se enredó en sus piernas y luego huyó, se alejaba de ella sin dejar de verla. No sé cómo pudo hacerlo, yo habría tropezado fácilmente en toda esa arena pero él lo hizo; como si temiera algo, como si dejar de verla lo convirtiera en piedra. Me acerqué y sentí una leve brisa, una brisa fresca que aliviaba el ardor de su cráneo. Lo sé por la manera como ella echaba la cabeza hacia un costado, recibiendo el dulce vientecillo con una sonrisa de placer. Su cuerpo estaba casi recostado, sus manos enterradas en la arena hacían de viga para no dejarla caer de espaldas.

Gritos que cada vez profundizaban la agonía venían de todas partes, sobretodo de la multitud que rodeaba a la discóteca. Ya no había tiempo para nada. El hecho estaba consumado. Salir de la zona, salir del pandemonio, salir del embrollo era imposible, ni aunque quisiera. El calor era cada vez más abrasador. Debo decir que sé dar consejos pero no seguirlos, a todo el mundo le digo que la vida es para vivirla y lucharla, vaya cómo lo he cumplido yo. Tengo algo aquí (dentro, en el pecho) que me empieza a sacar de quicio. Es que es gracioso encontrarse con una yo diferente, y en este planeta no hay espacio para los dos. Aunque somos la misma persona, es más divertido dejar correr la imaginación, o lo que sea que me diagnosticó el psiquiatra; de esta manera puedo disfrutar mi pequeño coctel de cianuro (que me hace dar mil vueltas) haciéndome a la idea de que estoy inmersa en una historia de suspenso. Nada más me someto a una nueva travesía. Irme de aquí recostada sobre la arena, con la brisa del mar lamiendo mi cara, nada podría ser más hermoso. Tiendo al caos, por eso me quedo en blanco. Es mejor así.

El fin del amor

Todas las citas (en cursiva y entre comillas) pertenecen al Cancionero de Francesco Petrarca, donde el hablante lírico narra sus desventuras en la búsqueda de Laura, su amor idílico, y la posterior muerte de ésta.
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- Las flores se marchitan y a los ruiseñores se les va la voz, la vida no pasa, tú pasas por ella Laura, ya es hora de que lo vayas comprendiendo
- No, Julián. ¿Qué tal si la libertad no significa perder toda esperanza? ¿Qué tal si todos nacemos con nuestro amor ideal esperándonos a la vuelta de la esquina?
- Mira, lo que yo sé es que si uno quiere algo tiene que hacer que pase. Y tú... bueno tú no haces más que dar vueltas por ahí con eso que ni siquiera me atrevo a llamar libro.

Dicho esto Laura se dejó caer sobre el sillón cercano a la ventana y con la cabeza apoyada en las manos, fingió que pensaba. Julián salió de la habitación, salió del departamento con dos maletas y un bolso de mano, y tomó el primer taxi que pasó.

"Fue el día en que del sol palidecieron
los rayos, de su autor compadecido,
cuando, hallándome yo desprevenido,
vuestros ojos, señora, me prendieron."


El viernes santo del año 1996 Laura dio por casualidad con el Cancionero de Francesco Petrarca cuando hurgaba en la descuidada biblioteca de su padre. Hacía tiempo que él había muerto y en la casa abandonada no había quien leyera, mucho menos quien limpiara los libros. Ese día Laura leyó todo el cancionero, lloró, llegó a su departamento, lo volvió a leer y volvió a llorar. Antes de acostarse hizo un recuento de los lugares por los que había pasado ese día y trató de recordar a todas las personas con que se había cruzado.

"Al aura el pelo de oro vi esparcido
que en mil sedosos bucles lo volvía..."

A Julián le costó tanto reconocer a Laura con el pelo tinturado que cuando llegó al departamento de ella entró directamente sin saludar a la muchacha rubia que limpiaba el jardín. La muchacha rubia era Laura. No solo su pelo había cambiado, ahora hablaba muy lentamente y casi susurrando, como si conjugara su hablar con su caminar, que también se había vuelto lento y ridículamente sensual.

"Bien sabes, tras de ti, cuánto he penado,
mas surges ante mí constantemente,
día a día, y en monte y en pendiente,
y no ves que el sendero es empinado."

- Te lo digo Julián, toda mi vida lo he esperado, y no solo eso sino que también lo he sentido.
- Cada día estás peor Laura, ya no sé que decir. Realmente pienso que lo nuestro no va más pero me preocupas y tengo miedo de lo que te pueda pasar.
- ¿Pero qué me va a pasar, Julián? No seas dramático... Mira, volviendo a lo que te decía, todo esto no tiene que ser más que algúna invención como la de Morel... puede ser que yo sea una especie de Faustine, que el cancionero es la clave para descifrar la invención y que Francesco me espera como siempre lo ha hecho.
- ¿Estás hablando en serio? ¡El Cancionero es ficción!, Laura nunca existió y la Invención de Morel es una novela fantástica. No sé como puedes argumentar tu locura con más locura.

"Pues creo, al ver su rostro, percatarme
de una piedad con el dolor mezclada
y oír que me aconseja desolada
que de esperanza y gozo me desarme."

Hacía ya dos meses que Julián había dejado a Laura y esto no hizo más que confirmar sus teorías. Todo el tiempo no hacía más que hablarle al viento, o hablarle a su amado Francesco como ella decía. Según Laura, él la veía y la esperaba. Ella ya casi no salía de su departamento donde mantenía extensas sesiones de amor con su perdido Francesco. Para recobrar energías salía a dar un paseo, siempre acompañada del Cancionero. Casi no comía.

"Tiempo es de morir
y estoy tardando más de lo que quiero.
Ella ha muerto, y consigo mi alma tiene..."

En la enésima lectura de su palimpsesto, Laura se dio cuenta de que talvez su teoría de la invención de Morel estaba errada. Empezó a ver al Cancionero como un médium inerte, un paso hacia dimensiones desconocidas que solo ella podía usar. Se dio cuenta de que ella había muerto. De que su amado había muerto. De que para renacer hay que morir. Y de que para morir hay que matarse dos veces.

La última vez que Julián había visto a Laura fue el día en que se llevó sus cosas del departamento. Ahora, en la fría sala del hospital psiquiátrico no podía asegurar de qué color era el pelo de ella. Tampoco estaba seguro si ese era el color de piel que recordaba de Laura. Esta nueva imagen de ella le daba tanta pena que casi vomita. Estuvo viéndola un par de minutos. Ella no lo veía. Ni siquiera mantenía la vista fija por más de un segundo. No hablaron nada y Julián estaba a punto de marcharse cuando Laura se le acercó y con un aliento frío le dijo:
- El ojo está herido y la mirada extraviada, no por exceso de luz sino porque la noche es gélida. La clave está en la mirada Julián. Pero no confundas extraviada con perdida. No estoy perdida. La derrota fue hace mucho y sé muy bien como los que pierden acaban siempre encontrándose. El amor no tiene fin y lo sé ahora que te tengo aquí, mi querido Francesco.

Julián no tuvo tiempo ni de hacer una mueca de extrañeza, hubiera querido gritarle a ese resto de humanidad que que las personas se mueren y si el amor sobrevive es solo en las letras de la ficción pero no pudo, un monstruo desnudo le saltó encima y fue lo último que captó su mirada.

08 febrero 2011

Un mito, todos los mitos


La historia de un mito que copypasteó pedazos de mitos viejos como la antigüedad y lo impuso policialmente por un periodo de dos milenios. Hoy, su asesino el capitalismo le debe todo a ese Gran Mito. Amén.