23 abril 2010

Viernes



Nunca debí haber salido de mi tierra, solo fue un dia, cierto, pero me siento como esos manes que se van pa España y no regresan sino a los diez años, o no regresan nunca quies lo peor. Por suerte me lo encontré al jovencito ese que miayudó con el pasaje de vuelta, sino todavía estuviera por allá en el centro sin saber qué hacer, disimulando la montubiada porque sino esos guayacos hijoputas de una me hubieran bajado por ahi, y a pesar que soy moreno, esos hijueputas no aguantan paro.
Yo, es decir Candelario Blackman, nací en Esmeraldas al igual que mi padre y el padre de mi padre, justo después que mi bisabuelo vino desde Jamaica junto a otro grupo de obreros a construir el ferrocarril, y al igual que todos allá me ganaba la vida vendiendo la cocada que prepara Severina, mi mujer, o ayudándolo al cholo Macías cuando la pesca estaba buena, cosa que era muy de repente, ustedes sabrán, con esa fábrica atunera se acabó el pescado chico que es el que nosotros los pobres vendemos en el mercado de San Lorenzo. Nosotros los pobres, los payasos, allá los dueños del circo son los que no trabajan, los que guían nuestra vida tras un escritorio. Talvez se pregunten cómo es queste negro bruto les habla tan bonito, y hasta profundo, pues este negro fue a la escuela y al colegio, aunque numás hasta cuarto año pero me gustaba estudiar y leer, tenía buenos maestros, eran gringos pero hablaban español mejor que muchos esmeraldeños, sabían harto y me prestaban sus libros y yo me pasaba todo el día sentadote leyendo hasta que mi papá me llamaba a que lo ayude recogiendo las herramientas y cerrando la bodega, luego a acompañar a mi madre al Nocturno, a vender ahi afuerita, a los pelados que salían con hambre a esa hora.
Viajé al Guayas acompañando a mi compadre El flaco, el man venía a ver a la jeva que andaba de doméstica allá en una mansión por Samborondón, así que nos despedimos antes de llegar a Guayaquil. Antes de bajarse me deseó suerte y aunque le parecía que allá en nuestra tierra todo era mejor (aunque no haiga plata), pero que siempre es bueno hacer algo para el bienestar de la familia. Llegué al terminal y recordando lo que me dijo el Cholo Macías cogí el colectivo que me llevó al sur, a la fábrica y bodega de La Bananera, allá tenía que encontrarme con el primo del Cholo, Manuel, y aver qué salía, si nos cogían pa el laburo.
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Me fui a ver pasar la vida al malecón, no encuentro mejor lugar para poner en práctica mis lecturas diarias de post-modernismo, pasando por Hakim Bey y Bob Black, hasta algo de situacionismo sesentayochino. Me gusta sentarme de espaldas al río, para ver al otro río, el de gente, de ganado, de ropa con piernas. Me gusta observarlos, ir y venir, y prometerme nunca ser así, como ellos. No entiendo ese desangro mental que tienen todos para con los fines de semana, talvez porque para mí todos los días son diferentes, o porque no confío en los días y su engañoso progreso, porque para mí un lunes es de farra y viernes es de meditación.
Fue entonces cuando lo vi, un moreno muy alto y desgarbado se acercó y se sentó a mi lado. Vio hacia ambos lados varias veces hasta que se decidió a pedirme un cigarrillo. Se lo pasé y aproveché para hacerle conversa. Me dijo que no entendía cómo la gente se queja de que nuay plata y aun asi todos salen a pasear en viernes, de cómo se quejan del gobierno y sin el subsidio a la gasolina no podrían manejar semejantes carrazos. Me sorprendió, no tuve más que darle la razón, que yo estaba ahí por lo mismo, viendo la gente pasar sin entender lo que hacían.
Dos cigarrillos más y me confesó que la noche anterior había estado comiendo pescado con Severina, su mujer, antes de venirse a la 'gran ciudad' a buscar camello. De cómo en La Bananera lo habían hecho romperse el lomo todo el día a cambio de un plato de arroz frío y sopudo; al primo de su amigo lo habían montado en un camión, dizque para apoyar al dueño de la empresa que andaba de político. Ni enterado yo.
Le dije a Candelario que regrese a su tierra y cuide de su familia, que no necesita más que eso. Concordó conmigo, que la verdad no tenía por qué haber venido si allá, aunque a duras penas, lograba sacar pa la comida de su mujer y su hija. Que la escuela era gratis y no tenían mayor gasto. Me dijo que no tenía plata, con mucha vergüenza de su parte, yo le presté sin reparo y hasta le llamé un taxi. Agradecido, no tenía más palabras para mí que 'Dios te pague, Ramón Valdez' y se despidió con un 'Allá en el cielo nadie sabe lo que haces para ayudar así, no cambies muchacho y cuando quieras vente a visitarnos, no tenemos mucho qué ofrecer pero somos honestos. Solo sonreí y lo dejé ir con un fuerte apretón de manos'.
Regresé a mi casa con una sonrisa en mi rostro que no se borraba, y aunque lo había prometido, en ningún momento de mi encuentro con Candelario recordé la promesa que le hice a ella. Lo serio de mi honestidad me hace sonreír.

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