14 julio 2011

Las viejas blasfemas

Viejas blasfemas recorren la estancia
no han perdido la locura
como la señorita avara de plaza de mayo
M no se inmuta, no presta atención
ni tampoco la cobra

de repente las viejas se toman la tarima de
cualquier político en cualquier contienda
electoral, no importa, lo que sí interesa es
que las viejitas se trepan, se amontonan,
se reproducen

ahora M mira estupefacto la escena
que se desarrolla en todo su esplendor
en frente suyo, el paisaje se llena
de viejecitas rebeldes
cualquier político ha perdido su voz
y ahora se marcha con cualquier excusa
en cualquier carro negro

M no tiene muy claro el papel de
las viejas blasfemas, tan solo
observa con detenimiento, se
arrima a un árbol,
parece que las piernas se le cansan
y se sienta en una banca muy cerca
de la tarima donde ahora las viejas
empiezan a desnudarse: se sacan
todo, hasta las enaguas y una que
otra tanga, M sonríe cuando su
mirada se cruza con alguna que baja
sonrojada desde la tarima

las viejas han quedado desnudas
y contrario a lo que podría pensarse
en la estancia (o parque, o plaza)
solo se encuentran ellas,
arrugadas como testículos,
y M, que no deja de mirar y sonreír

De improviso nace el sol
las nubes se amontonan en
cumulonimbos, y actores
y espectador dejan la escena
caminando en direcciones contrarias

Solo un niño solo, desde cualquier rincón
de cualquier plaza en una ciudad cualquiera
aplaude fervorosamente la rebelión de
las viejas blasfemas.

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