11 diciembre 2009

Volar es un juego de niños

“No hay ningún terror en un disparo, sólo en la anticipación a él”.
Alfred Hitchcock


Detrás suyo la gran ventana se había cerrado ya, podía ver el televisor, una silla, la confortable cama sin sábana de la madre de su amiga, la puerta que daba a un extenso corredor y el espejo sin marco incrustado en la pared de ladrillo con su reflejo de pies a cabeza en él, podía verse aún a través del cristal opaco de la ventana y le conmovió lo que vio: un niño de rasgos atemporales parado sobre una pequeña cornisa y detrás suyo el tan apacible cielo de Quito. Se vio por última vez y dio media vuelta, ahora el firmamento lo tenía de frente. El césped del patio aún permanecía húmedo por el rocío mañanero, ella ya había saltado, con la sábana como paracaídas, y lo esperaba allí abajo.
La casa era de la madre de su amiga, él estaba de paso aprovechando las siempre ansiadas vacaciones entre cada año escolar, su familia había decidido pasar el verano en la ciudad que lo vió nacer, la ciudad donde hace doscientos años un grupo de individuos se juntaron a recoger libertad y maximizarla sin esperar por ello algún futuro utópico post-revolucionario e iluminaron América entera con su grito de libertad, aún cuando, por ironías de la vida o no, al siguiente año murieron fusilados. Sin embargo, la historia no importa cuando somos niños y vivimos para jugar y de vez en cuando hacer tareas. Los días son muy aburridos si se siguen las normas al pie de la letra, asi que entre ellos siempre encontraban la manera de salir del tedio que provocaba esta casa del valle quiteño, sin vecinos ni policías, sin buses ni muros, con sus padres en el trabajo y la hermana de cada uno viendo la novela de la tarde.
Un día de tantos, se les ocurrió un juego (de entre tantos también) querían volar, como el Superman de la caja tonta o las figuritas de acción que arrojaban al aire y que volaban y caían majestuosamente en un instante de eterna abstracción.
Ese mismo día iban todos a visitar una casa que la mamá de él pensaba comprar, pero como más importaban para ellos sus ansias de juguetear, subieron inmediatamente al segundo piso, atravesaron a toda prisa el pasillo, entraron al cuarto principal y él abrió la ventana de cristal opaco mientras su amiga arrancó el cobertor de la cama y se pararon en la pequeña cornisa al pie de la ventana. Fue entonces que escucharon las voces adultas que venían de fuera de la casa, llamándolos para ya irse, los mayores pensaron que los pequeños estaban abajo, en el patio, y cerraron todas las puertas. Ella, sin pensarlo no menos de dos veces, saltó con la ayuda del paracaídas improvisado , él tan sólo atinó a cerrar los ojos.
Hay una fábula zen que dice: si estás en un mastil y vas hasta arriba y no puedes bajar, ¿adónde vas? El zen dice: doy un paso en el vacío. En ese momento por supuesto no lo sabía, pero fue lo que hizo, literalmente dio un paso hacia el vacío y no abrió los ojos hasta que sintió el suelo bajo sus pies. Habían volado y el único recuerdo que llevaba consigo era un golpe en la rodilla, genial.

2 comentarios:

Miguel Muñoz dijo...

Los comentarios son gratis y no toman mucho tiempo, por si no lo sabían. Además que no quiero leer sus palabritas por alimentar mi sobrealimentado ego, sino por fomentar la crítica deconstructiva (que no constructiva) y buscarle la vuelta a los rezagos de educación que encuentren en mis textos. Y no estaría de más uno que otro jueguito virtual, como el intercambio informático de un Hola.

palabras con fuego dijo...

hola