15 mayo 2010

Oleaje

Camila levantó lentamente su cabeza sobre la cama hasta alcanzar el borde de la ventana. Su mirada purpúrea divisó la pequeña figura de Luis acercándose con su caminar pausado; llevaba una sandía bajo un brazo y con el otro sostenía un recipiente lleno de agua fresca de pozo. Volvió a recostar su cabeza esbozando una sonrisa de alivio, Luchito volvía a ser el de antes, siempre tan activo.

Dos años atrás Camila estuvo a punto de ser la señora de Hernández; la boda estaba en su punto, los invitados ansiosos, el servicio contratado, el párroco dando talleres de sexo prematrimonial, la vecina contábale la buena nueva a su respectiva vecina; todo estaba listo, o casi todo.
Luis Hernández -Luchito para las amistades- laboraba como cajero en un supermercado. Todos los días su rutina laboral se desarrollaba invariable, hasta que cierta mañana de primavera cinco o seis sujetos asaltaron su lugar de trabajo. Luchito fue impactado en un brazo por una bala perdida proveniente del arma del guardia del establecimiento. Casi pierde la mano izquierda. La empresa lo despidió a él y al guardia para evitar cualquier perjuicio legal posterior. Nunca recibieron indemnización ni beneficio alguno.
Tres meses transcurrieron hasta que un inicio de gangrena lo llevó de nuevo al hospital, la primera noche ardía en fiebre; la segunda, su transpiración le hacía parecer que nadaba sobre la cama; la tercera, no despertó más. Su estado febril y la fuerte infección sumados a una desfavorable reacción a los corticoides le indujo un paro cardio-respiratorio que lo dejó en coma por los siguientes diecinueve meses.

La fruta fresca por las mañanas es el mejor aliciente para un día que pinta grisáceas las olas. Camila tenía pensado contarle a Luchito de su reciente embarazo pero primero quería disfrutar del desayuno con su amado. A los dos les gustaba discutir de religión, política y deportes, los tópicos prohibidos, como les decían. Camila era agnóstica, liberal e hincha del equipo blanco; Lucho se decantaba por la anarquía, el tao y coreaba los goles de los azules.
Terminó el desayuno y Camila no se decidía por hacer partícipe a Lucho de la alegría que su vientre cobijaba. Se dijo que del almuerzo no pasaba y aunque bien podía hacerlo ahora mismo, había algo que la detenía, un cierto temor que la hacía retener las palabras en su boca. Mientras tanto, Luis agarró su pantaloneta y su tabla y bajó sin detenerse la colina donde se asentaba su casa hasta que sus pies tocaron la arena fresca.

Luego de los desesperados meses que ambos pasaron en la cama de un hospital, Luis en coma y Camila aguardando su despertar, decidieron mudarse a una rústica cabaña que él había estado construyendo desde hacía algún tiempo en una remota isla frente a las costas de Playa Venecia. Aun le hacían falta muchos arreglos pero ya era habitable. Debido a su ubicación, solo se podía llegar a ella en bote y eso, más que preocupar a los recién llegados, los alegraba. Poco a poco fueron terminando de constuir su morada, instalaron puertas y ventanas y un pequeño huerto para permacultura que fue para Camila un sueño hecho realidad. La isla estaba rodeada por acantilados arenosos y en la punta norte sobresalía una saliente de roca y coral que era el lugar favorito para Luchito, no por la belleza de la flora y fauna marina en esas aguas cristalinas sino porque alli se formaba un pointbreak que él consideraba único en toda la región, y lo mejor era que solamente él corría esos pequeños milagros que eran las olas que allí se formaban.

Camila y Luis nunca más regresaron a la ciudad, no les quedaban parientes vivos a quienes extrañar, y a pesar que los víveres que llegaron con ellos se habían agotado hace mucho tiempo, el huerto funcionaba a las mil maravillas y aunque sí habían notado ligeros cambios en su contextura, ellos no se preocupaban porque se sentían fuertes, vivos y más ágiles que nunca antes.

Más o menos cerca del mediodía Camila encontró una nota sobre la mesa del comedor, era Luchito que decía, Llevas niños pegados a la comisura de tus labios, tus dientes de azúcar calman la sed de los diabéticos y las franjas de tu frente relucen tu impaciencia. Tus cuatro extremidades te separan un lugar en el paraíso, la concavidad de tu cuerpo te hace dueña del placer y tus ojos lilas trazan sendas a través del fango. En cambio yo.. yo soy un poco torpe, soy el hombre más feliz del mundo solo que no soy hombre ni soy feliz, la felicidad es una opción y yo agoté mis posibilidades, ahora no me queda más que recuperar mi infierno y convertirme en rey de mis tormentos, me sumergiré como una gota feliz en el océano divino, y si te escribo todo esto no es por alguna desviación necrofetichista que desconozcas de mí, sino porque te amo más que a este hermoso momento de mi determinación individual. Sé que comprenderás esto que hago, ya lo hemos hablado y confío en tu alma de princesa libre. Te dejo porque el oleaje está en su punto y ya sabes cuánto y con qué ansias he esperado esta corriente sureña. Besos.

Los dos habitantes de la isla nunca sintieron el deseo de volver al contacto con la ciudad. Tenían todo lo que querían y más de lo que podían necesitar. Sin embargo, secretamente, Camila percibía en Luis una cierta aversión por la vida, claro que él siempre había sido así pero ahora que vivían volcados en su existencia no entendía cómo él transpiraba desilusión. Nunca fue capaz de decírselo, ni siquiera podía estructurar en su pensamiento lo que de Luis percibía y calló sus sentimientos porque muy profundamente ella sabía que lo entendía, que era la otra la que no quería hacerlo, podía pero no quería.

Camila soltó la nota y no le bastaron las manos para secar sus lágrimas, no entendía cómo Luchito podía hacer eso en tal momento de sus vidas. Sus rodillas se doblaron de la pena y fue entonces que contempló las letras al reverso de la nota, Camila, yo sé que esto te parecerá irracional pero lo hago por tu bien y el de nuestro hijo, si, lo sé, y no me preguntes cómo. Él no puede crecer con un padre desencantado, y tú eres luz suficiente como para iluminar esta isla. Camila corrió hacia la ventana y vio a Lucho deslizándose por entre las olas. A pesar de las torrenciales y gruesas lágrimas no pudo más que sonreír y verlo partir. Las olas, efímeras como la existencia humana, llegaron y se marcharon, llevándose a Luis lejos de esta civilización enferma. Una nube lila dejó su rastro sobre la isla, Camila vio las aguas transformarse en sempiterna calma y sintió que todo se iluminaba con una luz concéntrica de la que ella era la fuente. Sentía que Luis disfrutaba su instante de libertad y que alli en la cabaña donde se encontraba su futuro estaba asegurado, para ella y para su hijo.

1 comentario:

palabras con fuego dijo...

ay miguelito, sólo te puedo dar una sonrisa con este escrito maravilloso, creo q por las tantas palabras que hemos intercambiado, puedo comprender tus palabras. te mando besos libertarios!