Llevo caminando más de quince
minutos, las casas aparecen cada vez más distanciadas entre sí, como si el
pueblo se dilatara hasta desaparecer. No he tenido la fuerza necesaria para
levantar la vista y fijarme en otras personas, pero sé que no me encontraré con
nadie a esta hora. Tuve que salir de allí, no me siento feliz y se lo dije,
pero seguramente no entenderá, la gente nunca entiende. Y probablemente yo
nunca termine de entenderlo.
Anoche le dije que no me
sentía feliz. De hecho, creo que estoy deprimida, pero eso no es lo que importa
ahora. Cariño, me siento muy mal, le dije, y me molesta cuando siento que me
abandonas. Él se quedó callado más de un minuto hasta que se levantó (estaba
acostado en la cama) y me dijo: No te molestes más, solo de una cosa estoy
seguro y es de que voy a salir por esa puerta. Y así, sin más, se puso los
zapatos y se fue.
Dormí en la estación de
autobuses. No, en realidad no dormí, solamente me acosté en una banca cerca de
la garita del guardia y esperé a que amanezca. Por suerte tenía algo de dinero
y pude comprar una cajetilla de cigarrillos. Así pasé la noche, fumando y
tomando café de la máquina expendedora. En la estación duermen también muchos
vagabundos y gente viciosa pero ninguno se acercó a molestarme. Me di cuenta de
que hay cierta complicidad entre los desposeídos, algo así como un acuerdo
tácito de no entrometerse en las desgracias ajenas.
No sé dónde rayos pasó la
noche, me tiene muy preocupada. Es decir, es un imbécil, me dejó abandonada en
este motel de cuarta pero lo sigo queriendo y me preocupa que le haya pasado
algo. Él no está bien, algo le pasa, desde hace algunos días lo he visto muy
callado, se pasaba acostado en la cama todo el tiempo. No te deprimas, le dije.
Pero no me hizo caso, nunca quiere hablar. Me molesta cuando siento que me
abandona.
Llego hasta una cabina
telefónica y sin saber bien por qué, siento unas ganas terribles de llamarla, de escuchar su voz. Me
busco en los bolsillos y encuentro algo de suelto. Marco. No contesta. Vuelvo a
marcar cinco minutos después y ella agarra el teléfono.
Todo va a estar bien, me dijo.
Enseguida supe que me estaba mintiendo: detesta hablar por teléfono y de
repente lo hace para decirme que todo va a estar bien. Una mentira de mierda.
Ya nada va a estar bien. No pude aguantar más y me eché a llorar mientras me
seguía diciendo que todo va a estar bien. Nunca te voy a entender, le dije. Y
colgué.
Me colgó. Creo que ni siquiera
escuchó todo lo que le dije pues se puso a llorar. Camino de vuelta al motel y
le dejo una nota con el portero. Voy hasta el estacionamiento, busco el auto y
me marcho.
Pequeña, ya no me importa más. Solo eso. Ya no podía llorar más,
las novias nunca entienden, la gente nunca entiende, y, por sobre todas las
cosas, yo nunca lo voy a entender. Pero solo de una cosa estoy segura, y es del hecho de que
voy a salir por esa puerta.
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